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informative
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One of the best I have read from Malcolm Gladwell. I’m working on reading all of his work. I’m getting schooled in a new way. It makes me hungry for more.
Second attempt, really hooked me this time. Couple of fascinating connections and conversations.
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hopeful
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A lot of thought provoking material.
Recién acabado de leer "Hábitos atómicos", sentí a este libro algo más desorganizado de sus ideas y conclusiones. En un momento pensé que solo iba de historias de encuentros entre desconocidos que terminan mal, a veces muy mal. Lo disfruté, pero una segunda revisada me hizo apreciarlo aún un poco más. No hay grandes revelaciones, excepto la más evidente: llegar a conocer a una persona de verdad es un proceso complejo y que no se nos da bien.
Personal e individualmente, nos percibimos como seres complejos y enigmáticos, pero tendemos a creer que los desconocidos son más simples y que su apariencia, sus expresiones o una charla son suficientes para descifrarlos cuando no es así. Entonces ¿qué aporta el libro? Gladwell reconoce que muchas de sus ideas solo son eco del trabajo del psicólogo Tim Levine, que ha dedicado algo de tiempo a estudiar por qué nos engañan los desconocidos.
Una primera teoría es el sesgo de veracidad. Tendemos a confiarnos porque asumimos que alguien ya revisó y que, si hubiese algo sospechoso, alguien más ya habría alzado la mano. Cuando tratamos con un desconocido, debemos partir, hasta cierto grado, desde un supuesto de la honestidad. Esta en nuestra naturaleza humana. Un exceso de cautela o incredulidad prácticamente haría imposible cualquier trato o actividad en la sociedad. Cada individuo posee un umbral o límite en este sesgo de veracidad donde las alarmas se disparan y empezamos a cuestionarnos. Sin embargo, suele ser bastante laxo. Y tenemos historias como la de Bernard Madoff llevado a cabo una de las mayores estafas piramidales de la historia.
Para hacer frente a este sesgo, con frecuencia aparecen en la sociedad los "locos sagrados", personas cuyo umbral para dicho sesgo es mucho más bajo y, por tanto, las alarmas se prenden más de prisa. Son los rebeldes e inadaptados que desconfían del sistema y gracias a ello, a veces se revela la mentira. Una cantidad excesiva de "locos sagrados" en la sociedad sería un desastre, pero parece que todos nos beneficiamos de tenerlos presentes de forma moderada. Otra cosa que Gladwell sugiere respecto a este sesgo, es evitar culparnos severamente. En los casos de abuso sexual, los padres se suelen culpar por no haber visto las señales a tiempo y no es raro que reciban sean objeto de críticas. Cuando alguien se equivoca por el sesgo de veracidad, lo juzgamos severamente y mandamos un mensaje a todos los que ocupan posiciones de autoridad sobre el modo en que queremos que juzguen a los desconocidos. Pensemos en el caso de Sandra Bland con el que abre el libro, ¿no le hubiese venido bien al policía Brian Encinia confiar más en la inocencia de aquella chica, tener sus disparadores de curiosidad menos afinados? ¿Y hasta qué grado, el mensaje que les enviamos como sociedad, de que deben hacer respetar la ley, seguir el manual, no dejar que los rebase la situación lo llevó a fallar?
El segundo aspecto es el de la transparencia, esa idea de que el comportamiento y la conducta de las personas, es decir, la forma en que se representan a sí mismas en el exterior ofrece una ventana auténtica y fiable a lo que sienten en el interior. Eso no siempre cierto. Sin embargo, igual que con el sesgo de veracidad, la transparencia es el mecanismo más inmediato que tenemos para interactuar con un desconocido. Si una persona se expresa bien, nos saluda con un fuerte apretón de manos, le otorgamos credibilidad, en cambio, si es nerviosa e insegura de inmediato se dispara nuestra desconfianza. Pero la gente miente y los humanos somos muy malos en detectarlo. Es por eso por lo que al comparar las desviaciones o errores que puede cometer un juez al juzgar a una persona, los estudios muestran que el juicio humano se ve superado por los algoritmos que solo computan las cuestiones objetivas.
Al llegar a este punto, Gladwell se enfrasca en unos de los capítulos que para resultan para mi absolutamente valiosos y que tienen que ver con la cuestión del "consentimiento sexual". Las encuestas universitarias revelan que no existe un consenso entre los estudiantes respecto a qué acciones indican consentimiento y la pregunta de la experta legal Lori Shaw resulta muy válida "¿Cómo podemos esperar que los estudiantes respeten los límites cuando no existe consenso sobre cuáles son?".
El tema se vuelve aún más delicado cuando el alcohol se encuentra de por medio, lo cual resulta bastante común. El alcohol, como explica Gladwell, puede terminar por volver imposible entender las intenciones de la otra persona. Es un agente de "miopía", estrecha nuestros campos de visión emocional y mental, y elimina aquellas restricciones a nuestro comportamiento en un orden más alto. El tímido posiblemente deje escapar algo de su intimidad, el hombre sin gracia puede intentar hacerse el cómico, ¿pero el agresivo, que quizá mantiene sus impulsos controlados por un entendimiento acerca de lo inadecuadas que son esas conductas?
Veo quejas de algunos lectores al llegar a este punto. Afirman que, de alguna manera, Gladwell cae en el argumento de culpar a la víctima en vez del agresor. "Es su culpa, ¿quién las manda a emborracharse?". Sin embargo, Gladwell deja claro que no se trata de eso. Citando a la crítica Emily Yoffe: "Los únicos responsables de sus delitos son quienes los perpetran". Y es que, si aspiramos a una sociedad donde nadie abuse de una persona alcoholizada, lo que dice Gladwell y Yoffe me parece fundamental, debemos entender que beber en exceso no es un ejercicio social inofensivo. "El mensaje debería ser que, cuando se pierde la capacidad de responsabilizarse, aumentan de forma drástica las posibilidades de que se cometa un delito sexual. Reconocer el rol del alcohol no es excusar el comportamiento de los culpables. Es intentar evitar que más jóvenes se conviertan en culpables". Cuando discutimos en las acciones que se podrían emprender para reducir el abuso sexual, ¿cuántos pensaríamos que beber menos podría tener un efecto drástico y muy eficaz? La evidencia muestra que muy pocos, mucho menos de los que proponen dar clases de defensa personal. Por supuesto, muchos dirán que eso no es atacar la raíz del problema y tienen razón. En la carta que Emily Doe, víctima de abuso sexual, leyó ante el jurado y el culpable, ella concluye: "Enseña a los hombres a respetar a las mujeres, no a beber menos", pero Gladwell dice, ¿por qué no ambas? Porque ambas cosas están relacionadas y mientras sigamos negándonos a reconocer lo que provoca el alcohol en la interacción entre desconocidos, las historias de abuso como la de Emily Doe van a seguir.
El último aspecto a analizar es el acoplamiento, la noción de que el comportamiento de un desconocido está estrechamente conectado a un lugar y un contexto. En el caso de Sandra Bland, los resultados fueron fatales.
En conclusión, debemos aceptar los límites de nuestra capacidad para descifrar a los desconocidos, dirigirnos a ellos con cautela y humildad. Hay algunas pistas para entenderlos, pero requiere estar atento a ellos y prestar cuidado y atención.
Personal e individualmente, nos percibimos como seres complejos y enigmáticos, pero tendemos a creer que los desconocidos son más simples y que su apariencia, sus expresiones o una charla son suficientes para descifrarlos cuando no es así. Entonces ¿qué aporta el libro? Gladwell reconoce que muchas de sus ideas solo son eco del trabajo del psicólogo Tim Levine, que ha dedicado algo de tiempo a estudiar por qué nos engañan los desconocidos.
Una primera teoría es el sesgo de veracidad. Tendemos a confiarnos porque asumimos que alguien ya revisó y que, si hubiese algo sospechoso, alguien más ya habría alzado la mano. Cuando tratamos con un desconocido, debemos partir, hasta cierto grado, desde un supuesto de la honestidad. Esta en nuestra naturaleza humana. Un exceso de cautela o incredulidad prácticamente haría imposible cualquier trato o actividad en la sociedad. Cada individuo posee un umbral o límite en este sesgo de veracidad donde las alarmas se disparan y empezamos a cuestionarnos. Sin embargo, suele ser bastante laxo. Y tenemos historias como la de Bernard Madoff llevado a cabo una de las mayores estafas piramidales de la historia.
Para hacer frente a este sesgo, con frecuencia aparecen en la sociedad los "locos sagrados", personas cuyo umbral para dicho sesgo es mucho más bajo y, por tanto, las alarmas se prenden más de prisa. Son los rebeldes e inadaptados que desconfían del sistema y gracias a ello, a veces se revela la mentira. Una cantidad excesiva de "locos sagrados" en la sociedad sería un desastre, pero parece que todos nos beneficiamos de tenerlos presentes de forma moderada. Otra cosa que Gladwell sugiere respecto a este sesgo, es evitar culparnos severamente. En los casos de abuso sexual, los padres se suelen culpar por no haber visto las señales a tiempo y no es raro que reciban sean objeto de críticas. Cuando alguien se equivoca por el sesgo de veracidad, lo juzgamos severamente y mandamos un mensaje a todos los que ocupan posiciones de autoridad sobre el modo en que queremos que juzguen a los desconocidos. Pensemos en el caso de Sandra Bland con el que abre el libro, ¿no le hubiese venido bien al policía Brian Encinia confiar más en la inocencia de aquella chica, tener sus disparadores de curiosidad menos afinados? ¿Y hasta qué grado, el mensaje que les enviamos como sociedad, de que deben hacer respetar la ley, seguir el manual, no dejar que los rebase la situación lo llevó a fallar?
El segundo aspecto es el de la transparencia, esa idea de que el comportamiento y la conducta de las personas, es decir, la forma en que se representan a sí mismas en el exterior ofrece una ventana auténtica y fiable a lo que sienten en el interior. Eso no siempre cierto. Sin embargo, igual que con el sesgo de veracidad, la transparencia es el mecanismo más inmediato que tenemos para interactuar con un desconocido. Si una persona se expresa bien, nos saluda con un fuerte apretón de manos, le otorgamos credibilidad, en cambio, si es nerviosa e insegura de inmediato se dispara nuestra desconfianza. Pero la gente miente y los humanos somos muy malos en detectarlo. Es por eso por lo que al comparar las desviaciones o errores que puede cometer un juez al juzgar a una persona, los estudios muestran que el juicio humano se ve superado por los algoritmos que solo computan las cuestiones objetivas.
Al llegar a este punto, Gladwell se enfrasca en unos de los capítulos que para resultan para mi absolutamente valiosos y que tienen que ver con la cuestión del "consentimiento sexual". Las encuestas universitarias revelan que no existe un consenso entre los estudiantes respecto a qué acciones indican consentimiento y la pregunta de la experta legal Lori Shaw resulta muy válida "¿Cómo podemos esperar que los estudiantes respeten los límites cuando no existe consenso sobre cuáles son?".
El tema se vuelve aún más delicado cuando el alcohol se encuentra de por medio, lo cual resulta bastante común. El alcohol, como explica Gladwell, puede terminar por volver imposible entender las intenciones de la otra persona. Es un agente de "miopía", estrecha nuestros campos de visión emocional y mental, y elimina aquellas restricciones a nuestro comportamiento en un orden más alto. El tímido posiblemente deje escapar algo de su intimidad, el hombre sin gracia puede intentar hacerse el cómico, ¿pero el agresivo, que quizá mantiene sus impulsos controlados por un entendimiento acerca de lo inadecuadas que son esas conductas?
Veo quejas de algunos lectores al llegar a este punto. Afirman que, de alguna manera, Gladwell cae en el argumento de culpar a la víctima en vez del agresor. "Es su culpa, ¿quién las manda a emborracharse?". Sin embargo, Gladwell deja claro que no se trata de eso. Citando a la crítica Emily Yoffe: "Los únicos responsables de sus delitos son quienes los perpetran". Y es que, si aspiramos a una sociedad donde nadie abuse de una persona alcoholizada, lo que dice Gladwell y Yoffe me parece fundamental, debemos entender que beber en exceso no es un ejercicio social inofensivo. "El mensaje debería ser que, cuando se pierde la capacidad de responsabilizarse, aumentan de forma drástica las posibilidades de que se cometa un delito sexual. Reconocer el rol del alcohol no es excusar el comportamiento de los culpables. Es intentar evitar que más jóvenes se conviertan en culpables". Cuando discutimos en las acciones que se podrían emprender para reducir el abuso sexual, ¿cuántos pensaríamos que beber menos podría tener un efecto drástico y muy eficaz? La evidencia muestra que muy pocos, mucho menos de los que proponen dar clases de defensa personal. Por supuesto, muchos dirán que eso no es atacar la raíz del problema y tienen razón. En la carta que Emily Doe, víctima de abuso sexual, leyó ante el jurado y el culpable, ella concluye: "Enseña a los hombres a respetar a las mujeres, no a beber menos", pero Gladwell dice, ¿por qué no ambas? Porque ambas cosas están relacionadas y mientras sigamos negándonos a reconocer lo que provoca el alcohol en la interacción entre desconocidos, las historias de abuso como la de Emily Doe van a seguir.
El último aspecto a analizar es el acoplamiento, la noción de que el comportamiento de un desconocido está estrechamente conectado a un lugar y un contexto. En el caso de Sandra Bland, los resultados fueron fatales.
En conclusión, debemos aceptar los límites de nuestra capacidad para descifrar a los desconocidos, dirigirnos a ellos con cautela y humildad. Hay algunas pistas para entenderlos, pero requiere estar atento a ellos y prestar cuidado y atención.
I have always really enjoyed Malcolm Gladwell’s books and Talking to Strangers was no different. I think it’s his style of writing that really intrigues me. He weaves a story using facts and data that feels conclusive without reading like a research paper. Yet at the same time he raises questions that he doesn’t always know, or provide the answers to. His books are very often thought-provoking complex works.
Talking to Strangers is essentially a book about why we so often misjudge strangers, what happens when our interactions with people different than us go wrong, and why things are very often more complex than they seem. It is a wonderful combination of detailed research and rich storytelling.
I absolutely loved reading this book and would highly recommend it to anybody that really enjoys a good book that encourages you to think deeply about things.
Time to Read: 5 Hours
Talking to Strangers is essentially a book about why we so often misjudge strangers, what happens when our interactions with people different than us go wrong, and why things are very often more complex than they seem. It is a wonderful combination of detailed research and rich storytelling.
I absolutely loved reading this book and would highly recommend it to anybody that really enjoys a good book that encourages you to think deeply about things.
Time to Read: 5 Hours
malcolm gladwell has a way of making non-fiction incredibly interesting by commenting on real life scenarios and bringing in heavily researched commentary. for this book in particular i felt like his examples and arguments made sense individually but i had a bit of trouble understanding his overall thesis.
Gladwell is so very easy and fun to read. The stories and antecdotes never cease and are always relevant to the point. But the point of this one simply seemed to be that strangers are strangers. Don't expect or assume to know or understand what they're thinking, feeling, doing, or wanting. We don't. We can't know if they're lying, fooling us, communicating something different than we're hearing. This whole book simply seemed to be isolating everyone in a silo and expressing how great the gulf is between us. Whether it is intentional or not. And there's no solution beyond accepting this fact and not assuming anything otherwise. I hope there's more hope than I walked away with from this book for people to connect and no longer be strangers.