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Chicas muertas by Selva Almada

4 reviews

mafemoreno's review against another edition

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challenging dark emotional informative sad medium-paced

4.0


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megmoore123's review against another edition

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challenging dark emotional informative sad medium-paced

2.5


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danidamico's review against another edition

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dark emotional informative sad medium-paced

4.5

Chicas muertas de Selva Almada es una crónica que fue publicada por primera vez en el año 2014, antes de que surgieran el movimiento y las marchas de Ni Una Menos en Argentina. Los asesinatos sobre los cuales escribe también existieron en un antes de, en una sociedad en la que aún no se conocía el concepto de femicidio ni se hablaba abiertamente sobre la violencia de género. Almada utiliza como disparador un recuerdo propio de su infancia: cuando escuchó por la radio la noticia del asesinato de Andrea Danne, una adolescente de diecinueve años que vivía en un pueblo a 20 kilómetros y apareció muerta de una puñalada en su propia cama. 

A partir del caso de Andrea, la autora investiga otros femicidios sin resolver que ocurrieron durante la década del ochenta: el de María Luisa Quevedo, una chica de quince años asesinada el 8 de diciembre de 1983 en la ciudad de Presidencia Roque Sáenz Peña y el de Sarita Mundín, de veinte años, desaparecida el 12 de marzo de 1988 en Córdoba. Almada va desgranando la información que se conocen sobre estos casos a partir de testimonios de familiares y allegados, y a su vez los relaciona con otras instancias de violencia sufridas por mujeres, desde amigas y conocidas hasta su propia tía y ella misma. “No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer, pero había escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando”, escribe, mientras recuerda anécdotas contadas por su madre o cosas que veía mientras crecía en su pueblo. 

“Estas escenas convivían con otras más pequeñas: la mamá de mi amiga que no se maquillaba porque su papá no la dejaba. La compañera de trabajo de mi madre que todos los meses le entregaba su sueldo completo al esposo para que se lo administrara. La que no podía ver a su familia porque al marido le parecían poca cosa. La que tenía prohibido usar zapatos de taco porque eso era de puta”. 

Chicas muertas no es una obra de periodismo investigativo, sino que sigue más bien la tradición de la novela de no ficción, inaugurada en este país por Rodolfo Walsh con Operación Masacre y popularizada por Truman Capote con su A sangre fría. Los momentos en los que Selva Almada viaja para entrevistar gente y hacer trabajo de campo aparecen presentados mediante una prosa bella, emotiva sin golpes bajos, con destellos poéticos y mucho trabajo con lo simbólico. Hay un uso constante de imágenes vinculadas a la muerte que se asocian entre sí para crear un sentido mayor que impregna todo el libro; por ejemplo, la escena en la que compara la sensación de su mano mojada por un hielo con la mano de un muerto, cuando escribe sobre la muerte de sus mascotas o narra sus visitas al cementerio cuando era una niña. También resulta muy efectivo el cruce que hace la autora entre su propia autobiografía, los casos de Andrea, María Luisa y el contexto social, porque logra bajar a tierra las historias que quiere contar, convertirlas en un relato personal y evocativo, lejos de la solemnidad.

Se nota en todo momento que Almada es una escritora de ficción espectacular, sobre todo en la manera en la que logra crear distintos climas sin caer nunca en el melodrama ni la explotación de las víctimas. Construye a la perfección escenas llenas de tensión y hasta misterio, al punto de hacerme sentir latidos acelerados y ganas de aguantar la respiración, así como también arma momentos melancólicos en los que uno se imagina a las chicas, vivas, aunque sea solo por un instante fugaz, siendo más que una pila de huesos. Como le dice una vidente a la que Almada visita, “tal vez esa sea tu misión: juntar los huesos de las chicas, armarlas, darles voz y después dejarlas correr libremente hacia donde sea que tengan que ir”. 

El cierre que la autora le da al libro es circular. Terminamos donde empezamos, con una niña de trece años, en el patio de su casa, que escucha la radio y se entera de un asesinato, mientras su papá hace un asado. “Aquella mañana del 16 de noviembre de 1986 cuando, en cierto modo, empezó a escribirse este libro, cuando la chica muerta se cruzó en mi camino”. Sin embargo, a pesar de los femicidios, de todas las mujeres que han sido asesinadas y que lo siguen siendo todos los días, Almada termina con una nota de esperanza, al menos un destello: narra el momento en el que su tía le contó que un primo intentó violarla. El comienzo del fin es ese, poder hablar, poder escribir, no volver al silencio nunca más. 

“¿Cómo podía ser que el marido la violara? Los violadores siempre eran hombres desconocidos que agarraban a una mujer y se la llevaban a algún descampado o que entraban a su casa forzando una puerta. Desde chicas nos enseñaban que no debíamos hablar con extraños y que debíamos cuidarnos del Sátiro. (…) Nunca nos dijeron que podía violarte tu marido, tu papá, tu hermano, tu primo, tu vecino, tu abuelo, tu maestro”. 

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lilyadams's review against another edition

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dark informative reflective sad medium-paced

4.5

Absolutely heartbreaking look at femicide in Argentina. Beautifully written but factual in the harsh reality of the topic.

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