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A review by idesthai
El año del pensamiento mágico by Joan Didion
3.0
Recuerdo que odié el libro que había escrito la viuda de Dylan Thomas, Caitlin, tras la muerte de su marido, Leftover Life to Kill. Recuerdo que desprecié e incluso censuré su «autocompasión», sus «lloriqueos» y su «obcecación». Leftover Life to Kill se publicó en 1957. Yo tenía veintidós años. El tiempo es la escuela donde aprendemos.
Joan Didion escribió esta pequeña crónica a lo largo del año inmediatamente posterior a la muerte repetina, por paro cardíaco, de su marido, John Gregory Dunne. Llevaban casados cuarenta años. Era casi año nuevo. Su única hija estaba ingresada en una UCI. Llamar al 2004 un “año de pensamiento mágico” me parece un ejercicio poético sin precedentes, porque, por más que lo pienso, a mí no se me ocurre otra forma de llamarlo que no sea “putada tras putada”.
Didion destripa su duelo y sus fases, con delicadeza pero sin piedad. Recurre a todo tipo de manifestaciones para entender lo que le está pasando: desde manuales y tratados de psicología hasta ballet y tragedia griega. Su búsqueda es deliciosa; su proceso, vulnerable.
Lo único que no me ha terminado de cuadrar es que en un determinado punto del capítulo 2 parece querer establecer una diferencia entre el duelo por un progenitor y el duelo por lo que ella llama “un ser querido”. Entiendo que un progenitor no tiene por qué ser un ser querido, desde luego, y me figuro que el apunte va por las líneas de que ls muerte de los progenitores es algo que, aunque no queramos pensarlo mucho, con bastante probabilidad presenciaremos… En mi experiencia personal, eso no lo hace más fácil. Sea como sea, es una distinción que Didion se limita a esbozar esa vez y luego no vuelve a mencionar.
Mi padre había muerto y mi madre también, y durante una temporada yo iba a tener que andarme con cuidado con las minas, pero aun así me levantaría por las mañanas y mandaría la ropa sucia a lavar.
Seguiría planeando el menú del almuerzo de Pascua.
Seguiría acordándome de renovarme el pasaporte.
El dolor por la muerte de un ser querido es otra cosa. Carece de distancia. Viene en forma de oleadas, de paroxismos, de premoniciones repentinas que debilitan las rodillas, ciegan los ojos y cancelan la normalidad de la vida.
Quiero decir, como persona que, leyendo este libro, ha experimentado fuertes “oleadas” de duelo al pensar en mi madre, me resulta extraño que de las primeras cosas que se me digan es: no, pero son cosas distintas, nada que ver. Y no sé si me siento aliviada de que no volviera a sacar el tema, porque eso me ha permitido continuar con la lectura a mi rollo, o confusa porque no ha explicado bien el punto que quería hacer en ese párrafo.
Pero bueno, tampoco la juzgo duramente por ese pasaje, porque si algo nos ha quedado a Didio y a mí es que el duelo te trastoca, afecta a tu cerebro, que se producen “déficits cognitivos”…
¿Alguna vez me recuperaría? ¿Acaso podía confiar en no volver a equivocarme alguna vez?