A review by missloflipo
La educación física by Rosario Villajos

5.0

Que Rosario Villajos es una gran narradora es algo incuestionable a estas alturas. Entre otras cosas porque perfila a sus personajes con mucha agudeza y los sitúa en escenarios reconocibles, de esos que te crees fácilmente, así que terminar dentrísimo de su narración es pan comido (y un gusto). 

Pero sobre todo me parece importante leerla porque tiene la habilidad de poner en palabras muchas de las inquietudes o sensaciones que el resto de personas no siempre atinamos a definir ya no en un texto, sino en nuestro propio diálogo interno. 

Pero estoy segura de que no es solo por estos motivos por los que decenas y decenas de lectoras se han identificado tanto con Catalina, la adolescente que protagoniza ‘La educación física’. Hay una razón que trasciende a autora y lectoras: el trauma social que arrastramos desde niñas, causado por la violencia continua, —en ocasiones sutil, en ocasiones mortífera—, que experimentan nuestros cuerpos desde que somos conscientes de que tenemos uno.

Catalina, como todas las niñas y adolescentes que crecimos en los 90 y los 2000, vive sabiendo que la calle no es suya y que debe ocupar un espacio pequeño, que no puede comer todo lo que quiere, que mejor no opinar. Que si algún chico u hombre adulto quiere ponerle la mano en la pierna en el autobús, aunque no lo conozca de nada; aunque sea un gesto violento y desagradable de esos que hacen que notes latir tus sienes, tiene que estar muy quieta y no molestar. No molestar nunca y, por supuesto, cargar con la culpa, que hay que ver cómo nos vestimos.

En el libro de Rosario se suceden situaciones como esta cada pocas páginas, porque así era (así es) la vida de una chica. Por eso creo que es importante leer esta novela de bisonta (guiño, guiño): porque nos interpela a todxs. No hace falta haber crecido en los 90; no hace falta ser una chica de 16 años.

Os cuento también que además de esta rabiosa denuncia que hilvana el texto, me han interesado dos aspectos que tienen muchísimo peso en esta historia.

Por un lado, el personaje de la madre de Catalina, que representa a toda una generación de mujeres frustradas que fueron educadas para ver, oír, callar y complacer. Para ser, en definitiva, “ángeles del hogar” y perpetuar ese rol haciéndole la vida imposible a sus hijas, queriendo o sin querer.

Por otro lado, me ha conmovido la descripción de la vida de barrio de una familia que habita un piso normal con su toldo verde en el balcón, con sus fotos de familiares enmarcadas, con el salón de las visitas que jamás visita nadie. Me ha resultado casi una muestra perfecta de crónica memorística de cómo era vivir en un piso en 1992, un año en el que, por cierto, yo tenía apenas 6 o 7 años y, tristemente, ya sabía que las niñas —que mis dos hermanas mayores, que entonces salían por ahí los fines de semana— no debían quedarse solas por la calle hasta tarde.