A review by llevamoselfuego
Las cosas que perdimos en el fuego by Mariana Enríquez

5.0

Las mujeres en los cuentos de “Las Cosas Que Perdimos En El Fuego” de Mariana Enriquez saben algo que nosotros, los hombres, desconocemos. Un conocimiento que muchas veces es complicidad, que otras veces es una conjura secreta y prohibido, que a veces es una monstruosa necesidad de supervivencia, tan oscura como las presencias que asolan su narrativa.

Enriquez es una maestra en torcer los tropos del horror y pasarlos a través de un filtro de miseria y realidad donde lo sobrenatural no es un cuerpo extraño y ajeno, sino un producto mismo de la inmundicia de la realidad, como si fantasmas y cultos burbujearan de la miasma de la sociedad. Es en su pluma que los elementos del terror más tradicional se mezclan de forma genuina con un barrio de Constitución o un viaje al Paraguay, donde los tentáculos de seres innominales descienden bajo el cielo del conurbano sin romper nunca la atmósfera, muy por el contrario, demostrando que se puede escribir literatura de género de primer nivel ambientada en las calles que caminamos todos los días.

La autora tiene calle y esquina, cuando se sumerge en los recovecos ocultos, herméticos y siniestros de nuestros ciudades, se siente genuino y vívido y hay un gran conocimiento y amor por el género del terror que resulta palpable en la amalgama de estos dos elementos. Pero es el lugar que la autora ocupa como mujer donde las cosas se retuercen aún más y adquieren una nota autoral soberbia.

Las mujeres de Enríquez viven un perpetuo estado de descontento, que es a su vez, lo que las alerta de la hostilidad del mundo en el que viven. Es bastante obvio que el peligro las acecha por su condición de mujeres más que por otra cosa, si no es la acción directa de los hombres, es su sombra opresora y solo en un pacto entre mujeres o con ellas mismas donde el escape a un final aciago se convierte en una posibilidad. Solo cuando se forma esta cabal femenina.

El terror de Enríquez muchas veces es secundario, un condimento que no hace al núcleo mismo del relato pero que le da otro sabor. Eso es el terror, un lugar donde contar el mundo desde una perspectiva que ofrece una libertad creativa absoluta. Y muchas veces, el elemento sobrenatural llega para decorar el postre amargo que se cocina a fuego lento desde el principio del cuento en circunstancias aparentemente comunes y en los ritos sociales a los que estamos más habituados. El encierro, la rutina, el desengaño, la opresión, las garras viciosas de la sociedad son el preludio de las zarpas de lo que subyace bajo la piel del mundo, del otro lado de la máscara, terrores tan brutales como a los que nos estamos acostumbrando, solo que son más intangibles, tienen los dientes más afilados o reptan por las paredes.

Es en el último cuento donde una realidad de “Las Cosas Que Perdimos En El Fuego” se hace más que evidente: este libro es para todos, pero aún más para las mujeres. Leerlo como un hombre, en un cuento que habla sobre los crímenes de odio donde hombres quemaban a sus parejas, es difícil, muy difícil. Es imposible no sentir el dedo acusatorio atravesándote. Y en una realidad tal vez más cruel que la de la obra de Atwood, las mujeres se queman a si mismas para no ser victimas de los hombres, para hacerse invisibles a su odio y a su amor venenoso. Pero es una interpelación necesaria, brutal, pero necesaria.

PD: Como fan del terror cósmico y la obra de H.P Lovecraft, lo que hace Enriquez en uno de los cuentos no solo me hizo esbozar una sonrisa maligna de inmensa satisfacción, sino que me ganó, para siempre, cómo un lector. Es por acá.