A review by aitorfmg
Juramentada by Brandon Sanderson

adventurous emotional funny hopeful inspiring mysterious tense slow-paced
  • Plot- or character-driven? A mix
  • Strong character development? Yes
  • Loveable characters? Yes
  • Diverse cast of characters? Yes
  • Flaws of characters a main focus? Yes

3.0

Esta es la historia de un soldado con síndrome postraumático en vías de recuperación que debe lidiar con las expectativas de su liderazgo y la posibilidad de que ningún bando esté libre de culpa en su guerra. Es la historia de una joven radiante, con la burla siempre en los labios, que esconde tras una fachada de seguridad un trastorno de identidad disociativo, adquiriendo diariamente nuevos rostros y personalidades. Es la historia de un hombre arrepentido de los errores del pasado, de una época de violencia cuyo fin quizás no haya llegado; hay una guerra y él debe liderarla por todos los frentes, el diplomático y el bélico. También es la historia de un asesino dispuesto a limpiar sus errores imponiendo una justicia verdadera, la de un rey a ratos disminuido mentalmente y a ratos tan inteligente que no duda en sacrificar a quien haga falta para mantener la estabilidad del continente, la de una niña que no envejece y parece esconder un pasado turbulento, la de una estudiosa capaz de vivir entre espacios liminales, la de una esposa que soporta la carga de su marido ayudando en tareas diplomáticas mientras intenta no pensar en el destino de sus hijos, la de un rey inseguro que poco a poco obtiene el valor para liderar, la de un soldado caído en desgracia y descendiendo en una espiral de autodestrucción, la de una mujer subyugada por un dios e incapaz de escapar de su influencia, la de un adicto que promete no volver a esnifar a pesar de seguir haciéndolo, la de un príncipe a caballo entre sus deberes reales y sus deseos por proteger a su gente como soldado… 
 
Juramentada adolece de los mismos problemas que las novelas anteriores. Es demasiado, simplemente. Demasiado lore, demasiados personajes, demasiados puntos de vista, demasiados giros de guion. Brandon Sanderson es un autor ambicioso. Siempre lo ha sido, desde que sorprendió con aquella Elantris en busca de una voluntad subversiva para con el género maravilloso y experimental en lo narrativo, con guiones trabajados hasta el más mínimo detalle y una capacidad para el worldbuilding apabullante. Esa ambición lo está llevando actualmente hacia la consagración del Cosmere como el mundo literario más vasto de la historia, con el deseo de convertirse en una especie de Tolkien del siglo XXI. Y así es: cada nueva novela del universo, especialmente en lo tocante a la saga de El Archivo de las Tormentas, amplía lo inabarcable de su diégesis. Esa es su mejor virtud, pero también su mayor tara.
 
Hay algo curioso en la manera en que Sanderson ha encarado su tercera entrega de la decalogía por la que quiere ser recordado. Le ocurre algo similar a George R.R. Martin con su Tormenta de espadas: es un giro sustancial para la serie que, durante su primera mitad, hereda la trama caótica de la novela anterior y, en la segunda, ofrece un continuo de catarsis para todo lo que había preparado a lo largo de más de 2000 páginas. Por eso supongo que también le ocurre lo que a Martin: la primera novela perdura más en la memoria porque, sin llegar a los altos más brillantes de la tercera, tampoco llegaba a sus bajos más insufribles. Era una experiencia sólida. Llena de defectos, sí, pero también de virtudes. 
 
Tenemos en nuestras manos, si es que sus dos kilazos de peso no requieren de atril de lectura, la novela más interesante de Sanderson en toda su carrera y, al mismo tiempo, la más dura de leer. Es fascinante por la vastedad de su mundo, lo trabajado de su guion y esa voluntad del autor por hacer que toda escena esconda dobles significados para relecturas. Los Deshechos introducen una atmósfera completamente nueva, fuera del alcance de la comprensión humana y que linda con el terror de la locura desenfrenada. Las revelaciones sobre los Portadores del Vacío, por muy predecibles que puedan resultar (a modo personal, llevaba oliéndomelo desde el giro de guion de la primera novela), encarrilan el discurso de la obra hacia una exploración profunda de los conflictos coloniales y la volubilidad de la justicia personal. Esa pulsión de Sanderson por tratar enfermedades mentales hace de todos los personajes complejos estudios psicológicos, cada uno con un problema diferente y posibles soluciones que varían de persona a persona. A un nivel puramente conceptual, Sanderson es un hombre absurdamente imaginativo. Es capaz de cambiar por completo la percepción sobre la fantasía tradicional y de poner de frente ideas que hacen a uno preguntarse cómo a nadie se le había ocurrido antes. Sea la dualidad mental de Taravangian, el arco de Dalinar, el Reino Cognitivo con sus spren, la raza parsh o las Potenciaciones, todos son ideas simples a las que infunde profundidad gracias a la cantidad de páginas de la que puede marcar músculo. 
 
Esa es la razón por la que Juramentada, y el Cosmere en general, me frustra. Porque Sanderson da una de cal y otra de arena. Es más, diría que lo que te da, te lo quita. Por cada una de las virtudes de su obra puedo señalar un defecto asociado. El principal de ellos, la cantinela que llevo repitiendo desde mi primera reseña de una obra del autor, es su escritura. Artificiosa, transparente, en ocasiones con errores de cohesión y sintaxis, la prosa del autor parece el medio para un fin. Resulta irónico que, en una novela donde “viaje antes que destino” se erige como su frase estrella, el propio autor emplee la escritura únicamente para llegar a su destino: transmitir la imaginación de su mundo y las perfectas hilazones del guion. Ya en mi reseña de El camino de los reyes hablé en profundidad de los problemas de escritura de Sanderson, así que aquí abordaré uno que, en su día, dejé de lado. Una vez más, avanzo con cada novela en mi indagación sobre su estilo y los problemas que me genera. 
 
Me refiero al subtexto. Me frustra ver conceptos tan brillantes bajo una prosa tan mediocre, tan vacía de significado. Quizás cada cincuenta páginas logro encontrar una frase con auténtica profundidad o con un mínimo de subtexto. Da la sensación de que Sanderson intenta apelar a todos los públicos. Al añadir a todos, los menos despiertos pueden comprender la complejidad de la trama, algo de agradecer, pero muchos otros sienten que son tratados de tontos. Pareciera que, en cada página (con la absurda cantidad de apuntes que he tomado durante la lectura, doy fe de ello), Sanderson no deja pensar a sus lectores lo más mínimo. Si un personaje siente algo más allá de la superficie, la narración o el estilo indirecto libre se encargarán de mencionarlo una y otra vez. Si un concepto o trama resulta compleja, se resumirá qué significa casi cada vez que aparezca. Mi problema a la hora de abordar una obra de Sanderson es que entiendo por qué ha puesto cada frase en su sitio. No hay misterio; solo transparencia. No puedo disociarme de una obra cuyas intenciones resultan patentes en cada página, sobre todo cuando esas intenciones no sinoniman con una profundidad real. La profundidad se encuentra en el subtexto y Sanderson reniega de él. Se me ocurre, tan solo, el gesto de Moash al final de la tercera parte como un auténtico momento de ambigüedad narrativa. 
 
La escritura solo es el primero de mis problemas. Es, para mí, el más importante, porque cuando el medio para transmitir la historia es artificial, se crea un muro entre obra y lector que no permite acceder a la complejidad emocional y conceptual del arte. Pero también tengo pegas con el guion y la vastedad de la obra. He valorado positivamente la inclusión de los Deshechos y la nueva dirección de la trama; desgraciadamente, nos encontramos en la tercera novela de la decalogía y Sanderson da mucho por sabido. Los Deshechos se introducen como si siempre hubiesen formado parte de la historia y parecen responder a la necesidad de cubrir diez libros. El arco de Kholinar viene de ninguna parte, al igual que la Madre de Medianoche. Da la sensación de que los Deshechos son intentos por pegar el conjunto al tiempo que se establece una nueva amenaza múltiple. El enemigo ya no solo es Odium y sus parsh; también hay nueve seres cuasi divinos a los que enfrentarse o de los que, en su defecto, sobrevivir. Si hubiese sido así desde el principio, comprendería la decisión. La atmósfera ininteligible para el ser humano que rodea a los Deshechos me atrae y da pie a la introspección en los protagonistas. Sin embargo, está claro que ya es demasiado tarde para incluirlos. Son un volantazo a la izquierda para la serie sin una base sólida más allá de rellenar huecos y justificar los derroteros por los que se mueven sus personajes. 
 
A diferencia de las dos novelas anteriores, cuyos agentes avanzaban en sus tramas muy correctamente —con alguna desgraciada excepción—, aquí siento que todos se han desarrollado demasiado rápido. Parece que Sanderson ha querido llevar a la recta final todas las tramas: la de Kaladin, la de Shallan, la de Dalinar e incluso la de Adolin. En lugar de priorizar a Dalinar como personaje principal, aquel que recibe su sección de flashbacks y el momento más emocionante de la novela, Juramentada hace a todos protagonistas mientras intercala historias varias que amplían el mundo o la diégesis (los interludios), si no interrumpen directamente la trama de cada personaje para introducir un capítulo de Szeth, Taravangian, Moash o Venli. El resultado es un caos narrativo donde todos los capítulos necesitan, por fuerza, ser pequeños avances en la trama de cada personaje. Al tener tan pocos por la absurda cantidad de puntos de vista, cada capítulo se siente transparente en su intencionalidad. Bien guionizado, sin duda, pero artificial. Desgraciadamente, este caos se lleva al propio tono de la novela, que de tantos puntos de vista y tramas insertadas parece que se le va de las manos a Sanderson. 
 
Comprendo por qué está el capítulo de Kaza (la moldeadora hacia Aimia), Mem (la lavandera de Mraize) o Rysn, pero es demasiado. Establecen tramas a futuro (Kaza, Rysn…) o tratan historias de fondo (los Heraldos con Mem, por ejemplo) a costa de un artificio burdo. Cuando, hacia el final de la novela, se introduce en pleno clímax un nuevo punto de vista con una clara intención emocional, siento que la ambición de Sanderson ha llegado demasiado lejos. No hay conexión con los personajes, no hay desarrollo; solo set-up para posteriores historias. Cada vez, el Cosmere parece más un producto que una obra de autor. Es un proyecto tan brillante en la literatura como pueda serlo el MCU en el cine: absolutamente gigantesco, interconectado y con una fórmula que funciona, pero también desprovisto de la profundidad que le gustaría tener y tan entregado a su causa de seguir haciendo rodar la maquinaria que se pierde por el camino en sus intenciones. Que no se me entienda mal, poco tiene que ver con la mediocridad con despuntes geniales del MCU; Sanderson tiene más control creativo sobre su obra y es un guionista experto. Sabe subvertir y su voluntad de tratar enfermedades mentales es encomiable, por mucho que tropiece por el camino. 
 
Ojalá no tuviese que poner pegas a todas y cada una de las virtudes de la novela, pero, como ya he dicho antes, así funciona Sanderson. Si nos quitamos de en medio lo predecible de las subversiones sandersonianas, que ya a la décima novela con la misma fórmula se le ven las costuras, el tema de las enfermedades mentales está simplificado hasta ser una papilla fácilmente digerible. Su mensaje es que estas enfermedades son tratables, un propósito optimista que no peca de ingenuo al plantear a Moash como una contraparte negativa, un hombre incapaz de sanar por sus circunstancias. El problema es que Sanderson, como la gran mayoría de los autores de fantasía, emplea la magia dentro de las alegorías a nuestro mundo. La Emoción no es una pulsión interna al ser humano que lo lleva a cometer atrocidades, sino la influencia de un dios malvado. Los protagonistas, aquí y en todo el Cosmere, son mejores que sus rivales porque están rotos por dentro, dando la imagen de que, con dar el primer paso a la sanación, los conflictos sociopolíticos pueden solucionarse a base de power-ups; una perspectiva, aquí sí, tan optimista que se aleja de la cruda realidad. Shallan no va al psicólogo para dar ese primer paso, sino que habla con un semidiós que apacigua sus emociones con magia sin su consentimiento. 
 
Comprendo la necesidad de llevar a un mundo propio, fantástico, conflictos del nuestro, y lo comparto. Sin embargo, creo que hay que tener cuidado con los mensajes. No debería haber magia por medio a la hora de tratar enfermedades mentales porque no existe un correlato en nuestro mundo, a menos que sean claras traslaciones. Por eso, cuando asoma ni que sea un poquito de lore a estos temas, comienzo a arquear la ceja. Dalinar podría sufrir la muerte de Evi sin necesidad de escuchar los gritos de dolor en su mente por influencia mágica (espero que en la siguiente novela esto no sea así) o sintiendo una pulsión oscura propia y no creada por un dios que quiere poseerlo. Hay buenos detalles, todo sea dicho: el arco de Kaladin no pasa por ningún punto mágico más allá de Syl, que cumple las funciones de una amiga sobre la que apoyarse; el lag espiritual de Szeth puede ser un símbolo de la forma en que arrastra su arrepentimiento, y la adicción de Teft es una analogía directa con una droga que tiene sentido en su mundo y cuyos efectos se relacionan con las drogas del nuestro. Nada de esto parece deliberado y, de hecho, siento que estoy buscando motivos donde no los hay, pero confiaré en el buen juicio de Sanderson. 
 
Podría explayarme mucho más sobre Juramentada. Podría hablar de cómo los momentos climácicos, esas “avalanchas Sanderson”, son tan épicas como extrañamente confusas y excesivas en sus puntos de vista; para muestra, los insufribles 12 que hay en la quinta parte. Podría hablar de cómo la necesidad de plantar semillas para posteriores novelas y relatos lleva a que algunos momentos culmen no tengan ningún impacto (pienso aquí en el rubí del final, por ejemplo). Podría hablar de cómo hay un gigante en el asalto a Kholinar, de cómo la fauna y flora de Roshar son completamente diferentes a la nuestra, de cómo el Reino Cognitivo y sus spren tienen formas extrañas, interesantísimas, y podría hablar de cómo nada de eso se siente de verdad por culpa de la aversión de Sanderson a las descripciones. Podría hablar de cómo querer mantener siempre la atención del lector lleva a personajes demasiado witty o quirky, demasiado iguales, o a no poder tratar en profundidad ni sus temas ni sus personajes. Podría hablar de cómo la novela tarda casi 400 páginas en empezar y podrían eliminarse casi todas ellas. Podría hablar, en definitiva, de cómo Sanderson tiene ahora tanto poder sobre su obra que nadie le ha detenido y, por ello, aquel “The Way of Kings Prime” que tan tosco resultaba parece que va a dominar el Cosmere a partir de ahora. En su lugar, diré esto: como todas y cada una de las obras que he leído de su mismo autor, no he disfrutado de su lectura. La he leído como podría leer una Wiki, interesantísima en su lore y la vastedad de su mundo, sorprendente por la imaginación de su constructor, pero vacío de emoción narrativa. Incluso en las escenas mejor construidas he tenido la mosca detrás de la oreja por la transparencia, la prosa o el lore que reviste las escenas. Y, a pesar de todo, no puedo negar que me he emocionado con la conversación de Shallan con Hoid o que me ha fascinado todo el capítulo de Rathalas, tan crudo, tan real y tan absolutamente brillante en todos sus aspectos. Sin olvidarme, por supuesto, del momento "no puedes tener mi dolor", una escena tremenda que, si obviamos los cortes narrativos y el absurdo deus ex machina (un recurso que jamás pensé que Sanderson emplearía), tiene lo justo de emoción, epicidad y avance de personaje para ser un motivo por el que recordar a futuro a Sanderson. Hay alma en su obra, hay buenas intenciones y, de vez en cuando, sorprende con obras maestras de la narrativa.
 
Mi relación con Sanderson es una de respeto, de admiración, de cierta envidia y de una frustración derivada de ello. Me asombro ante su capacidad para construir mundos, ante una obra tan gigantesca que parece tener una vida entera de preparación por delante siendo, incomprensiblemente, solo una de las muchas sagas del autor. La imaginación de la que hace gala Sanderson, sumada a su popularidad, hace que cualquier otro escritor que trate de emplear sus mismos conceptos sea visto a su sombra, sin importar de quién fuese la idea primero. Envidio ese hecho y me frustra ver tan buenos conceptos tratados de forma tan dispar, porque veo y apruebo lo que hace Sanderson, algunas ideas que yo ya había tenido para escribir, pero veo que lo hace a medias. La solución está clara: dejar de quejarme, dejar de frustrarme y aplicarme las palabras más importantes que todo ser humano podría decir: hacerlo mejor. Porque hay mucha sabiduría en el hecho de intentarlo, de descubrirse a uno mismo y, quién sabe, quizás encontrar un potencial oculto. Y si no es así, por lo menos habré disfrutado del camino.