4.0

Leer Tomates verdes fritos es como tomarse un caldo calentito y reconfortante en una tarde de frío y cansancio. Solo que hacia el final del tazón empiezas a percibir un cierto regusto raro. Al principio te da igual, pero al acabar el mismo y contemplar el fondo vacío, no puedes evitar levantarte y mirar en la basura si el brick estaba caducado. 

A medida que vas leyendo y te vas dejando empapar por el micro universo que es Wistle Stop, idealizas, al igual que hace Ninny Threadgoode y Evelyn Couch, ese pequeño espacio en Alabama entre 1919 y 1960 en el que todo el mundo se aprecia, la segregación racial parece no ser un impedimento realmente, el KKK no es tan malo, y una pareja de lesbianas puede vivir toda su vida feliz sin que nadie ponga en tela de juicio su amor y que son compañeras.

Pero cuando que se va viendo la decadencia de ese mundo, cómo las pequeñas personas de esa historia o van muriendo de viejos, o enfermos, o solos, o van yéndose a otros pueblos, uno no puede evitar preguntarse si acaso el mismo existió. Poco a poco la amargura que invade a la propia protagonista por ver ese mundo desaparecer por completo se nos contagia a través de la narración. El libro acaba con cierta nota triste en el que parece señalar que cualquier pasado brillante fue mejor y apenas quedan retazos del mismo. 

Según reposaba la historia, más sentía esa extraña sensación final. Ese desasosiego por ver perder lo entrañable y alegre del principio de la historia. Pero también otra sensación, si acaso, de si esa nostalgia estaba en algún modo justificada, si no había caído en la narración amena de una anciana de residencia que pasaba por alto todos los conflictos que ella no vivía directamente e imaginaba un Whistle Stop ajeno al tiempo y espacio que ocupaba.

Y supongo que es sí, que me he dejado embaucar por la mentira. Pero eso es lo brillante de esta historia, es por eso que Evelyn Couch un día se levanta y decide que tiene ganas de vivir de nuevo. Porque aunque quizás la narración sea parcialmente un reflejo, sigue siendo un bálsamo dejarse engañar para apreciar alguna cosa bonita de la vida. 

Al final, no encuentras la fecha de caducidad de la sopa.