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A review by idesthai
Lavinia by Ursula K. Le Guin
4.75
[Lo de estar escribiendo una reseña estupenda a las cinco de la mañana antes de irte a dormir y que se te borre sin querer, debo admitir, no es la primera vez que me pasa. A ver si puedo rehacerla 😭]
Qué lectura más particular.
Hasta hace exactamente cinco días, cuando empecé a leer el libro, no me había parado nunca a pensar en Lavinia. Y es que, como Ursula K. Le Guin menciona unas cuantas veces, Virgilio no la dotó de personalidad, apenas la dotó de nada más que un nombre, un marido y un episodio profético..., pero yo nunca había reparado en ello lo suficiente como para preguntarme por qué. No es como que lo podamos saber a ciencia cierta, ¿verdad?, pero es emocionante teorizar y revisitar los clásicos con la vista de otras personas.
Ursula K. Le Guin evoca unos pueblos de la Edad del Bronce con habitantes algo más sofisticados y civilizados de lo que seguramente fueron en realidad, como ella misma admite en su epílogo, pero que permite trazar paralelismos curiosos entre esas ficciones y lo que luego llegaría a ser la Roma histórica que conocemos. Esto refleja una gran pasión y conocimiento de asuntos de religión y costumbres romanas. En ese sentido, es una delicia. También me han parecido deliciosos los pasajes en los que Lavinia, entre lo oracular y lo onírico, habla con su creador y se hace consciente de su condición de personaje literario.
Sin embargo, hay un par de cosas que K. Le Guin esboza y finalmente no llevan a nada, cosa que me ha... no decepcionado, pero sí dejado un poco colgada.
La primera es el momento en que Lavinia y Eneas contemplan el escudo de este, en el que Vulcano forjó una serie de escenas premonitorias sobre lo que llegaría a ser la "nueva Troya". Lavinia ve más allá de lo que Virgilio describe en el libro VIII de la Eneida, ve «máquinas de guerra» que «avanzan reptando por la tierra, o se hunden bajo el mar o vuelan por el aire» y también lo que ella misma reconoce como el fin del mundo. Sin embargo, esta actualización de la écfrasis virgiliana se queda en ese único pasaje, a pesar de que la contemplación del escudo es recurrente en la historia.
La segunda es la ausencia (¿quizá inexistencia?) de Camilla. ¡Y eso que se la menciona explícitamente!, en uno de los pasajes que más me encogieron el corazón. «—Oh, Lavinia —dijo—. Vales por diez Camillas y nunca me di cuenta», le dice el creador a su creación. Posteriormente, cuando los ejércitos locales se reúnen frente a las murallas de Laurentium, Lavinia busca a Camilla y no la encuentra. Lo raro es que pocas páginas antes, Lavinia comenta que algunos sirvientes todavía la llaman por su «sobrenombre infantil, Camilla, la niña del altar». Me pareció mucha coincidencia y de verdad pensé que Ursula haría algo con ello, pero no, nada de nada.
La última cosa es muy subjetiva ya, y es la estructura. El libro no está dividido en capítulos numerados o titulados. A mí, a veces, eso me hace la lectura un poco más tediosa de lo que me gustaría, pero vaya. No es un problema que no se pueda superar, en absoluto. Por todo lo demás, es un libro que merece mucho la pena.
Qué lectura más particular.
Hasta hace exactamente cinco días, cuando empecé a leer el libro, no me había parado nunca a pensar en Lavinia. Y es que, como Ursula K. Le Guin menciona unas cuantas veces, Virgilio no la dotó de personalidad, apenas la dotó de nada más que un nombre, un marido y un episodio profético..., pero yo nunca había reparado en ello lo suficiente como para preguntarme por qué. No es como que lo podamos saber a ciencia cierta, ¿verdad?, pero es emocionante teorizar y revisitar los clásicos con la vista de otras personas.
Ursula K. Le Guin evoca unos pueblos de la Edad del Bronce con habitantes algo más sofisticados y civilizados de lo que seguramente fueron en realidad, como ella misma admite en su epílogo, pero que permite trazar paralelismos curiosos entre esas ficciones y lo que luego llegaría a ser la Roma histórica que conocemos. Esto refleja una gran pasión y conocimiento de asuntos de religión y costumbres romanas. En ese sentido, es una delicia. También me han parecido deliciosos los pasajes en los que Lavinia, entre lo oracular y lo onírico, habla con su creador y se hace consciente de su condición de personaje literario.
Sin embargo, hay un par de cosas que K. Le Guin esboza y finalmente no llevan a nada, cosa que me ha... no decepcionado, pero sí dejado un poco colgada.
La primera es el momento en que Lavinia y Eneas contemplan el escudo de este, en el que Vulcano forjó una serie de escenas premonitorias sobre lo que llegaría a ser la "nueva Troya". Lavinia ve más allá de lo que Virgilio describe en el libro VIII de la Eneida, ve «máquinas de guerra» que «avanzan reptando por la tierra, o se hunden bajo el mar o vuelan por el aire» y también lo que ella misma reconoce como el fin del mundo. Sin embargo, esta actualización de la écfrasis virgiliana se queda en ese único pasaje, a pesar de que la contemplación del escudo es recurrente en la historia.
La segunda es la ausencia (¿quizá inexistencia?) de Camilla. ¡Y eso que se la menciona explícitamente!, en uno de los pasajes que más me encogieron el corazón. «—Oh, Lavinia —dijo—. Vales por diez Camillas y nunca me di cuenta», le dice el creador a su creación. Posteriormente, cuando los ejércitos locales se reúnen frente a las murallas de Laurentium, Lavinia busca a Camilla y no la encuentra. Lo raro es que pocas páginas antes, Lavinia comenta que algunos sirvientes todavía la llaman por su «sobrenombre infantil, Camilla, la niña del altar». Me pareció mucha coincidencia y de verdad pensé que Ursula haría algo con ello, pero no, nada de nada.
La última cosa es muy subjetiva ya, y es la estructura. El libro no está dividido en capítulos numerados o titulados. A mí, a veces, eso me hace la lectura un poco más tediosa de lo que me gustaría, pero vaya. No es un problema que no se pueda superar, en absoluto. Por todo lo demás, es un libro que merece mucho la pena.