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A review by proletecario
Frankenstein by Mary Shelley
dark
reflective
slow-paced
- Plot- or character-driven? A mix
- Strong character development? Yes
- Loveable characters? No
- Diverse cast of characters? No
- Flaws of characters a main focus? Yes
3.0
Miento un poco cuando marco como terminado este libro: terminé la historia, cumplí, leí Frankenstein, o el Prometeo moderno (no) tal como Mary Shelley lo concibió; pero no terminé la edición, me falta el apéndice...
Definitivamente, no es la edición ideal para la introducción a esta obra y, definitivamente, es una edición que exige tener curiosidad por el estudio de la misma, cosa que, por suerte, no me faltó. Con una introducción de ciento quince páginas, más notas y apéndices que parecen inacabables, la lectura se puede volver un poco tediosa; sin embargo, le sobra interés, en el sentido de que el estudio, la traducción y la anotación que lleva a cabo Jerónimo Ledesma no es falta de datos que contextualizan en su enteridad cada último detalle e, incluso, podrían extenderse a ser un libro en sí mismo capaz de apelar a una curiosidad interminable por la autora, su época y las intenciones que supo representar —no por nada, Ledesma aporta tantas obras de referencia que pueden sumar a los diversos aspectos que recorre la obra y que él, lamentablemente, no puede estudiar en profundidad en una mera introducción—.
En cuanto a Frankenstein: es cierto lo que dice su traductor cuando afirma que, hoy en día, el que lee Frankenstein lo hace ya con una imagen preconcebida. Mi interés, en particular, surgió de haber leído previamente Transkenstein de Victoria Antola, con la perspectiva de un monstruo trans, impulsado a la furia víctima del entorno social exclusivo. Por ello, y por la larga adaptación de la obra a través de la historia y en sus diferentes formas, mi idea de Frankenstein era una ya formada, a la vez que no tenía idea qué podía esperar, quise mantenerme neutro, sobre todo, a sabiendas de que por un lado me ilusionaba una de sus tantas aristas como mi propensión al aburrimiento en mis lecturas clásicas anteriores. Mi visión de la historia completa, por ende, no está falta de subjetividades. Lo que no me esperaba, claramente, era encontrarme tan asombrado por la brillantez de esta autora, a la vez que decepcionado por su degradación en el tiempo.
Creo que, Frankenstein, como obra y como personaje, exponen una premonición inesperada de quien fue su creadora, pero también de su época y, por qué no, de la nuestra. La realidad es que cualquiera puede encontrarse reflejado en todas y cada una de las diferentes perspectivas que tan inteligentemente diferencia Shelley en esta historia, incluso así de sumida en las representaciones más astutas de una época completamente diferenciada. Shelley no está absuelta de haber escrito sentencias y críticas que más tarde retractaba y quedar retratada, como algunos de sus personajes, como una mujer contradictoria y, por decirlo brutamente, hipócrita. Tal como sucede cuando el liberalismo en su forma abstracta, siembra la confusión sobre la línea 'revolucionaria' que enmarca el devenir de Frankenstein, de Shelley, de nuestra historia.
Es fascinante, a la vez que penoso, como Frankenstein, o el Prometeo moderno fue una obra tan transgresiva, y por ende avanzada, incluso para su propia autora.
Por supuesto, me deja tranquilo saber que existe quienes rescatan la versión de 1818 ante la de 1831 y la valorizan en su contexto inicial, es siempre grato saber que hay constancia de un tiempo donde realmente se creyó en una posibilidad social más allá de la que desde entonces vivimos hasta hoy.
Definitivamente, no es la edición ideal para la introducción a esta obra y, definitivamente, es una edición que exige tener curiosidad por el estudio de la misma, cosa que, por suerte, no me faltó. Con una introducción de ciento quince páginas, más notas y apéndices que parecen inacabables, la lectura se puede volver un poco tediosa; sin embargo, le sobra interés, en el sentido de que el estudio, la traducción y la anotación que lleva a cabo Jerónimo Ledesma no es falta de datos que contextualizan en su enteridad cada último detalle e, incluso, podrían extenderse a ser un libro en sí mismo capaz de apelar a una curiosidad interminable por la autora, su época y las intenciones que supo representar —no por nada, Ledesma aporta tantas obras de referencia que pueden sumar a los diversos aspectos que recorre la obra y que él, lamentablemente, no puede estudiar en profundidad en una mera introducción—.
En cuanto a Frankenstein: es cierto lo que dice su traductor cuando afirma que, hoy en día, el que lee Frankenstein lo hace ya con una imagen preconcebida. Mi interés, en particular, surgió de haber leído previamente Transkenstein de Victoria Antola, con la perspectiva de un monstruo trans, impulsado a la furia víctima del entorno social exclusivo. Por ello, y por la larga adaptación de la obra a través de la historia y en sus diferentes formas, mi idea de Frankenstein era una ya formada, a la vez que no tenía idea qué podía esperar, quise mantenerme neutro, sobre todo, a sabiendas de que por un lado me ilusionaba una de sus tantas aristas como mi propensión al aburrimiento en mis lecturas clásicas anteriores. Mi visión de la historia completa, por ende, no está falta de subjetividades. Lo que no me esperaba, claramente, era encontrarme tan asombrado por la brillantez de esta autora, a la vez que decepcionado por su degradación en el tiempo.
Creo que, Frankenstein, como obra y como personaje, exponen una premonición inesperada de quien fue su creadora, pero también de su época y, por qué no, de la nuestra. La realidad es que cualquiera puede encontrarse reflejado en todas y cada una de las diferentes perspectivas que tan inteligentemente diferencia Shelley en esta historia, incluso así de sumida en las representaciones más astutas de una época completamente diferenciada. Shelley no está absuelta de haber escrito sentencias y críticas que más tarde retractaba y quedar retratada, como algunos de sus personajes, como una mujer contradictoria y, por decirlo brutamente, hipócrita. Tal como sucede cuando el liberalismo en su forma abstracta, siembra la confusión sobre la línea 'revolucionaria' que enmarca el devenir de Frankenstein, de Shelley, de nuestra historia.
Es fascinante, a la vez que penoso, como Frankenstein, o el Prometeo moderno fue una obra tan transgresiva, y por ende avanzada, incluso para su propia autora.
Por supuesto, me deja tranquilo saber que existe quienes rescatan la versión de 1818 ante la de 1831 y la valorizan en su contexto inicial, es siempre grato saber que hay constancia de un tiempo donde realmente se creyó en una posibilidad social más allá de la que desde entonces vivimos hasta hoy.