A review by remocpi
The Rules of Contagion: Why Things Spread - and Why They Stop by Adam Kucharski

4.0

Estoy en el alero con este libro. Por un lado, es una lectura interesantísima. Bueno, no una. Varias decenas, y eso es a la vez virtud y defecto. Virtud por lo obvio de encontrar un montón de temas interesantes. Defecto porque el autor manifiesta en sus declaraciones (y en el título del libro) haber encontrado un hilo conductor para todas las cosas de las que nos habla, un sustrato común, un principio subyacente compartido. Pero en realidad lo que hace es ir seleccionando temas y encajarlos a golpe de pelvis en su línea argumental, peguen o no. Nos habla de epidemias, claro, y nos cuenta un montón de cosas interesantes, desde la historia de la epidemiología como ciencia (que ya habíamos visto en Contagio, obra maestra) y siendo el autor matemático trabajando en epidemiología no puede resistirse a contarnos algo el modelo SIR, por supuesto. Muy interesante. Pero luego habla de la misma dinámica de epidemias cuando dice que los bostezos se contagian, o cuando habla del contagio financiero de las instituciones bancarias de la crisis de 2008. Los bancos en 2008 ya tenían en libros miles de operaciones entre ellos cuando petó Lehman, y el impago de Lehman llevó por un lado a la pérdida directa de dinero de todos aquellos bancos a los que Lehman les debía dinero además de la pérdida de confianza de unos bancos en otros (nadie sabía quién era el siguiente que podía petar, lo de Lehman era absolutamente imprevisible) y esa falta de confianza casi llegó a paralizar el sistema bancario mundial. Nada que ver con un modelo epidemiológico de contagios. Pero el autor lo encaja. A martillazos, si es necesario:
When multiple banks invest in the same asset, it creates a potential route of transmission between them. If a crisis hits and one bank starts selling off its assets, it will affect all the other firms who hold[...]
. Y sin embargo siempre tiene una historia interesante en la recámara:
Financial Times journalist John Authers visited a Manhattan branch of Citibank during his lunch break. He wanted to move some cash out of his account. Some of his money was covered by government deposit insurance, but only up to a limit; if Citibank collapsed too, he’d lose the rest. He wasn’t the only one who’d had this idea. ‘At Citi, I found a long queue, all well-dressed Wall Streeters,’ he later wrote.[92] ‘They were doing the same as me.’ The bank staff helped him open additional accounts in the name of his wife and children, reducing his risk. Authers was shocked to discover they’d been doing this all morning. ‘I was finding it a little hard to breathe. There was a bank run happening, in New York’s financial district. The people panicking were the Wall Streeters who best understood what was going on.’ Should he report what was happening? Given the severity of the crisis, Authers decided it would only make the situation worse. ‘Such a story on the FT’s front page might have been enough to push the system over the edge.’ His counterparts at other newspapers came to the same conclusion, and the news went uncovered.

Lo mismo con las modas, como ya postuló sin pruebas el amigo Malcolm Gladwell en The Tipping Point.
‘Some general principles are similar to how disease spreads through populations, for instance more social individuals being more likely to encounter and adopt new behaviours, and socially central individuals can act as “keystones” or “super-spreaders” in the diffusion of information.’

También encaja en esta teoría epidemiológica el aumento de la violencia por barrios. incluyendo la hipótesis de las ventanas rotas, que se usó para atajar la violencia en Nueva York en los 90:
Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio; y, si está abandonado, es posible que lo ocupen ellos y que prendan fuego dentro.
O consideren una acera o una banqueta: se acumula algo de basura; pronto, más basura se va acumulando; con el tiempo, la gente acaba dejando bolsas de basura de restaurantes de comida rápida o hasta asaltando coches.
De nuevo, postular que esto sigue el mismo modelo de propagación me parece un salto abismal. Por no hablar de que en los siguientes dos capítulos mete en este modelo el estudio de cómo se formaban las protestas callejeras en Irak durante la ocupación norteamericana, que terminó dependiendo de si había o no puestos de kebabs en la splazas (la historia es interesantísima, la analogía con una epidemia es mala). O peor aún, la adopción de los diagramas de Feynman como herramienta matemática en los físicos teóricos:
The spread of Feynman diagrams appears analogous to a very slowly spreading disease,’ the researchers noted.
¿En serio? Todas y cada una de las tecnologías/aparatos/ideas que se adoptan en una sociedad tienen forma de sigmoide. Llamar a eso "contagio" es de nuevo llevar el libro por los pelos haciéndolo seguir una línea argumental que no siempre es aplicable. En fin.
Hay muchísimas historias más, todas ellas fantásticas, que como único problema tienen que no encajan realmente en la línea argumental del autor, que las embute con cierta violenta intelectual en las categorías en las que cree que van. Pero que siguen siendo interesantísimas.
Al final reconozco que he disfrutado con la lectura a pesar de que le reprocho al autor ser víctima del síndrome de Gladwell (suprascrito), e intentar juntar cien historias geniales bajo un hilo conductor que claramente no comparten. Lo interesante de las historias por sí mismas lo compensa.